"El epitalamio de Pamplona" Leodegundiari (Asturiasgo Ordoño I.aren alaba) eskeinitako bertso batzuk dira, Garcia Iñiguez nafar erregearen eta printzesaren arteko ezkontzan abestu zena. Hogeita bederatzi ahapaldiz osatuta dago, eta idatzita dagoen jatorrizko hizkuntzan, latina, ahapaldi bakoitzaren lehenengo letra hurrenez hurren jarriz gero hurrengo esaldia osatzen da: "Leodegundia pulcra Ordonii Filia". Hona hemen bertsoa gaztelaniara itzulita:
Versi
Domma Leodegundia regina
I
Brote copioso raudal de dulces loas, tan
dulces como los arpegios de la flauta,
y batamos palmas celebrando jubilosos a
la excelsa hija de Ordoño,
Leodegundia.
II
Flor precadísima de famosa estirpe regia,
ornamento de la alcurnia de su
padre, gloria encumbrada de la de su
madre.
III
Con hímnicas canciones de alegre melodía
alabemos sus virtudes esplendentes,
su aclamadafacundia, su pregrino saber en
humanas letras y sagradas
disciplinas.
IV
Siempre rutila en su rostro la belleza y
en su gesto de señora la modestia y la
gracia en todo cuanto toca con su mano
ordenadora.
V
¡Feliz aquel que, a fuer esposo, es dueño
ya de la castaLeodegundia, de Dios
bendita y de los hombres santamente
amada!
VI
¡Gozáos sus bienhadados familiares!
¡Gozáos otra vez y otra! Y entonad un
cántico de blando ritmo a vuestra
noblísima matrona.
VII
Un canto que, escalando como una oración
las celestes cumbres, alcance para
ella el don de perdurable dicha, el
premio de robustos y fecundos hijos y el
consuelo de constantes amistades.
VIII
Tomes sus plectros los diestros
citaristas y pueblen los aires con gratas
armonías tetracordes en honor de
Leodegundia.
IX
¡Pamploneses, loa da Leodegundia; loadla
unidos en concertado coro, al
compás de las melosas tibias y las liras
resonantes!
X
Loadla sin cesar. Su corazón hidalgo os
ama cual si fuerais de antiguo cosa
suya.
XI
¡Deudos, amiges predilectos! Vosotros los
que sabéis como es la hija muy
amada reviven la sabiduría y majestad
paternas, congratuladla también y
aclamadla.
XII
¡Oh, tú, hemosa soberana! Escucha la
dulce melodía que al son de apacibles
caramillos cantan tus servidores.
XIII
Cantan que seas dichosa, de Dios sierva
buena, de huérfanos y pobres
soberana próvida, de todos tus súbditos
reverenciada y obedecida.
XIV
Y que el cielo, con su luz
resplandeciente, te dirija y que huya de ti la sombra
del pecado, siempre observante de la
santa ley, siempre grata del Altísimo.
XV
Canción digna de tu. ¡Ea! Repetidla
todos. No haya uno solo que se retraiga en
este magnífico concierto de sonoras
voces. Se alegrarán los que te aman.
XVI
¡Y como resuena el eco de la deliciosa
sinfonía en las estancias de la mansión
real!
XVII
Es la hora del festín. Ya los coperos
preparan en vaso afortunado el suave
néctar que ha de escanciar la reina, y en
conveniente pátera la dulcísima
ambrosía que regocijará su rostro bello.
XVIII
Ya los íntimos y optímales ocupan sus
puestos al lado de los reyes, en torno de
la mesa repleta de manjares exquisitos.
XIX
Ya comienza el banquete. La cruz de
Cristo bendice la regias viandas,
destinadas también por ley piadosa a los
mendigos.
XX
La oración de los humildes a favor de los
reyes generosos es recibida siempre
en las alturas.
XXI
Acudan ahora los cantores a presencia de
los dignos comensales y al Dios por
quien vivimos consagren las primicias de
sus más delicadas melopeas.
XXII
¡Lejos de aquí las escandalosas canciones
bufonescas de bárbara alegría!
Comamos y bebamos loando al Señor.
XXIII
Sea, pues, para el Rey de Reyes el primer
acorde de liras y de címbalos y el
primer himno del coro que en este
cenáculo se escuche.
XXIV
Y alaben después al excelente príncipe
que nos ha concedido el amor de la
esclarecida Leodegundia.
XXV
Canten así: ¡Vive feliz y en amistad de
Cristo; gobierna en paz el heredado
reino; jamás triunfen de ti tus enemigos!
XXVI
Sé fiel seguidor de la balnda ley de
Dios, la ley que a los mansos y humildes conduce al reino eternal.
XXVII
Asiste piadoso y confiado al templo del
Señor y allí llora y purifícate.
XXVIII
Allí elevarán tu mente los sublimes
cantos religiosos; allí te confortará la
palabra de vida que el Redentor del mundo
donó a los que le aman.
XXIX
¡Oh, doña Leodegundia! ¡Salud! Que Dios
te guarde siempre, y que tras
dilatados días en compañia de los santos
reines también en Cristo. Amén.
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